El primer don es el de la reflexión. La presencia del Espíritu de la Verdad concede a la persona ver la vida con los mismos ojos de Altísimo. Este don es concedido a las almas humildes. “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a Parentela sencilla” (Mt